La indiferencia suele ser demoledora, y abre de par en par la puerta a la soledad. Es arrogante y cruel y oculta sentimientos con su frialdad emocional.
Por muy poco que esperemos de los demás, siempre confiamos que las personas que nos rodean reaccionen de alguna forma ante nuestros sentimientos. Cuando no lo hacen nos volvemos vulnerables.
Despojándose de su corona de espinas, la dejó caer al suelo con un balbuceo de alivio. Las espinas, antaño punzantes, ya no eran más que recuerdos ajados de sufrimiento. Era domingo, un domingo que vibraba al ritmo de corazones expectantes, pues España se jugaba su honor en el Mundial. Abandonó la penumbra sagrada de la iglesia y se adentró en la marea humana, un océano de rojo y amarillo que fluía indiferente a su presencia.
En la parada del autobús, sus ojos se encontraron con los de un mendigo, cuya mirada era un pozo de silenciosas súplicas.
Observó a un hombre de semblante duro, en cuyo desdén se hallaba un muro invisible pero infranqueable. Una mujer, emblema de vanidad, lo miró con desprecio, sus labios eran un rictus carmesí de indiferencia. Y una señora, cuyo corazón latía al compás de la compasión, buscó en su bolso el sonido tintineante de la esperanza. Sus dedos encontraron unas monedas, las acarició con apego y luego, con un suspiro que llevaba el peso del mundo, murmuró:
—Lo siento. No tengo nada que darte.
La decepción se pintó en su rostro, una sombra pasajera en un pañuelo de indiferencia. Continuó su camino, un peregrino en busca de vínculos perdidos, anhelando un lazo afectivo que le devolviera su identidad olvidada. Pero los transeúntes, marionetas apresuradas por el hilo invisible de la prisa, solo ansiaban ser testigos de la victoria a través de pantallas luminosas.
Resignado, regresó al santuario de piedra. Ascendió a su lecho de madera y hierro, aceptando su papel de espectador silencioso. Al final, no era más que un fantasma en la multitud.
Y mientras la cruz lo reclamaba una vez más, los ecos de la victoria resonaron en la distancia, fuegos artificiales que pintaban el cielo con los colores de un país triunfante.
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