Querida Penélope:
Te escribo esta carta con la ilusión de que, aunque sea por un momento, me rescates del olvido.
Sé que te costará mucho, porque el olvido también envejece y hay recuerdos que caducan. Me fui creyendo que nuestro amor resistiría al paso implacable del tiempo. Fui arrogante y ciego, porque pensé que para tu espera bastarían mis palabras, mis caricias, mis promesas. No supe ver que las palabras, las caricias, las promesas, se marchitan cuando no abrazan, no besan, no sanan el miedo ni las heridas de la vida, igual que envejecieron, sin recordar mi nombre, todos los regresos.
Hay derrotas que te vencen y mi adiós disfrazado con aquel «volveré» fue una de ellas. Levanté muros en tu corazón que te causaron hastío y desencanto. Presiento que mi ausencia te hizo sentir abandonada, y te convirtió en una isla solitaria en medio del andén donde esperabas mi llegada, rodeada de extraños, inundada de sueños que llevaban el dolor pegado a las paredes.
Ahora comprendo que con los años todo ha cambiado: cambiaron mis gestos, mi voz, hasta el nombre con el que solías llamarme ya no es el mismo. Solo perduran intactas las preguntas sin respuestas que te cercaron detrás de mis silencios, y la mirada, Penélope, la mirada, esa mirada en la que insistes en vivir en otro tiempo que ya no nos pertenece.
Pero, Penélope, he llegado hasta ti y me paseo entre toda esa gente que pisa los andenes de esta estación de tren donde van pasando las horas, mientras busco solo un instante de tu lucidez para decirte que lo siento, que te amo, que te he amado siempre, que miro caer irremediablemente las hojas de los sauces que habitan el paisaje nublado de tus ojos, reclamándome vivir tu desamparo.
No hay soledad que duela más que aquella que no nombramos, aquella que no evade los recuerdos, aquella que deja la fragancia de espliego del primer amor en la escarcha invisible de las lágrimas, que va muriendo a pedazos y es el último aliento que sacude nuestra vida. Aquí ya es de noche. Ven conmigo, amor, porque ahora, Penélope, soy yo el que espera.
Tu caminante.
“Le sonrió con los ojos llenitos de ayer, no era así su cara ni su piel. «Tú no eres quien yo espero».
Y se quedó con el bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón sentada en la estación.”
Joan Manuel Serrat
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