"Quizá en unos años, cuando seamos otras personas, estemos hechos el uno para el otro."
Eric Lezaun
Sus pasos se juntaron bajo el fulgor de las Luminarias de las Candelas, donde el fuego devoraba sus miedos compartidos, transformándolos en cenizas de esperanza.
Se amaban en la confesión de sus recuerdos y sus sueños, susurrados entre el tintineo de copas de vino en el Bar “El Guarrero”, donde cada palabra era un pacto sellado en silencio.
Se amaban en el choque de sus risas, cuando sus debates amistosos sobre el equipo de sus corazones se desvanecían en el aire frío a la salida del estadio Francisco de la Hera, leyéndose el uno al otro más allá de las miradas.
Adrián podía percibir el aroma del romero del Parque de la Piedad, un perfume que se tejía con la humedad de las hojas otoñales, mientras sus ojos buscaban el rostro de Marcial entre el gentío, como quien busca un faro en la tormenta.
Marcial, por su parte, podía recorrer el polvoriento camino de la Vereda Corona, sintiendo cada latido de Adrián resonar en su pecho, como un tambor lejano que marca el ritmo de la existencia.
Pero nunca se lo dijeron. El miedo los mantuvo en un baile eterno de aproximaciones y distancias. Adrián, atrapado en las cadenas de un matrimonio sin amor, y Marcial, el eterno observador, que se conformaba con mirar desde la distancia, atesorando imágenes de Adrián que colgaban como obras de arte en el salón de su memoria.
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