Este microcuento simboliza la fragilidad de la vida familiar a través del cuidado de las plantas, reflejando la tristeza y ausencia en el hogar. La inocencia del niño contrasta con la complejidad emocional de los adultos, mientras sus esfuerzos se convierten en un acto de esperanza. La conexión entre la naturaleza y el deseo de reunirse con su padre añade una dimensión conmovedora.
Mamá ya no riega las plantas. Dice que está cansada, pero yo sé que es porque la lluvia no cae dentro de casa.
Cada mañana, antes de ir al cole, lleno la regadera azul y recorro pasillo. La begonia del recibidor ya no tiene flores, pero sus aún son verdes. El helecho del baño se está poniendo marrón por las puntas. La orquídea del dormitorio de mamá se niega a morir, aunque hace semanas que no ve el sol.
Papá llamó ayer. Le conté sobre mis nuevas responsabilidades de jardinero. Se rio y dijo que era un «hombrecito». No entendí por qué su voz sonaba rota.
La maestra me preguntó hoy por qué dibujo siempre plantas. No supe qué responder. ¿Cómo explicarle que, si dejo de regarlas, la casa se marchitará como mamá?
En la noche, mientras mamá duerme, le cuento a las plantas historias de sol y lluvia. Quizás, si crecen lo suficiente, sus raíces alcancen a papá y lo traigan de vuelta. Y tal vez entonces, el cielo dentro de casa volverá a llorar.
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