De joven tuve inquietudes religiosas, inquietudes que me llevaron a plantearme muy seriamente ser sacerdote. Por aquel entonces cursaba mis estudios de bachillerato en el Instituto Carolina Coronado y mi vocación se hallaba compartida con el clima emocional que me suscitaban los primeros amores adolescentes. Pero la muerte de mi madre supuso un golpe amargo y negativo en mi vida, y con él se esfumaron todas las inquietudes.
En ese tiempo surgió uno de mis primeros poemas escritos, “Hablándome”, y con él llegó mi primer premio, el del II Concurso de Poesía Matilde Fernández, que convocaba el Instituto Carolina Coronado.
Desde pequeño he sentido a Dios
acostándose en mi camino,
HABLÁNDOME.
Aprendí con él, el dolor de estar solo
y el dolor de estar acompañado,
y aprendí, en esos momentos,
a rezar,
Rezar y no pensar,
sentarme junto a él
y hablar,
con las piernas colgando
de un sueño dibujado,
hablar de nuestras cosas de niños,
y fue él quien me enseñó
a escribir en las hojas de los árboles
cuando el amor me cerraba las palabras.
Rezar y
pensar,
llorar junto a él
y hablar,
dormidos en los charcos
de un paseo sin camisa,
hablar de las montañas, de las nubes,
de las flores y del arco iris,
y fue él quien me ayudo a cambiar
la tristeza por un padrenuestro.
Con su mano desnuda,
hablándome.
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