Amada Lucía:
Tu imagen se despliega ante mí, bañada en la dorada luz del ocaso, cobijada bajo la acacia que derrama sus flores amarillas en cascada sobre ti.
La claridad de la memoria me permite contar las líneas de tu sonrisa en las comisuras de tus labios, sentir el palpitar de mi corazón al acercarte, y medir los eternos minutos de tu ausencia.
Perdona el silencio que se ha prolongado por años, y que hoy se rompe con estas palabras. La debilidad me invade, apenas logro sostener la pluma. Mis dedos, torpes y temblorosos, resisten el sueño que me acecha, pues anhelo vivir cada instante que resta, por insignificante que sea.
Y esa música, ¿recuerdas?
«Vuela esta canción para ti, Lucía, la más bella historia de amor que tuve y tendré…»
Tu fotografía, desvanecida por el tiempo, reposa sobre mi pecho. Aún distingo tu silueta contra la ventana, bajo la tenue luz de mi habitación. Sigues pareciéndome un sueño, una visión incorpórea, pero puedo tocarte, frágil e indefensa…
«No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí…»
Evoco nuestras huidas, los escalofríos, sin merecerlo, sin comprender que la vida nos esperaba en su plenitud. Aquellos años huelen a la mejor fragancia: tú y yo, solo tú y yo… Pero ahora, lo que me llega no es tu aroma, sino el de la muerte y su soledad.
El tiempo se agota y aún busco respuestas. Mi vida entera se cifra en aquel primer encuentro mágico. Sin embargo, te dejé, exploré otros horizontes, deshojé tus últimas rosas, sin razón, sin palabras, sin despedida. He sido un viento errante, un náufrago en el mar de tus lágrimas, que día tras día intentan revivir primaveras en nuestra acacia, alimentar tu amargura, buscarme en la parada del autobús, perderse en las grietas de mi olvido.
«Perdóname si hoy busco en la arena esa luna llena que arañaba el mar…»
Revivo nuestros momentos, y encuentro en ellos más alivio que en cualquier medicina, pues los recuerdos alejan el dolor, aunque no las heridas de mi abandono.
Si pudiera tener un día más, unas horas, unos minutos, un instante para sentirme vivo en este torbellino de despedidas no deseadas, en este trágico descubrimiento de que todas las llaves guardadas solo abren la puerta hacia la muerte. Si pudiera anclar estos momentos imperecederos en mi mente hasta llenar mi ser, tal vez podría dejar de huir, de temblar.
Cuando parta, el viento llenará esta habitación con mi ausencia. Y a pesar de todo, sé que vendrás, como un susurro en nuestra acacia, como el eco de una sonrisa, a reclamar la desnudez de los abrazos, las manos firmes, las caricias en tu frente soñadora, la mirada eterna en tus párpados.
«Tus recuerdos son cada día más dulces, el olvido solo se llevó la mitad. Y tu sombra aún se acuesta en mi cama, con la oscuridad, entre mi almohada y mi soledad».
Sé que vendrás, a dejarme los trazos infinitos de tu cuerpo, para quedarte, como una flor dormida, sobre mi tumba. Sé que vendrás.
Te amo, Lucía. Siempre te amaré.
Las palabras en cursiva pertenecen al poema/canción «Lucía», del que es autor Joan Manuel Serrat
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